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EUGÉNIE GRANDET
created Dec 29th 2014, 15:45 by MAITE
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En todo momento las mujeres tienen más motivos de dolor que el hombre y sufren más que él. El hombre tiene su fuerza, y el ejercicio de su poder actúa, se mueve, se ocupa en algo, piensa, abraza el porvenir y encuentra en ello consuelo. Así le pasaba a Charles. Pero la mujer permanece, se queda frente a frente con su pena y nada la distrae de ella; llega hasta el fondo del abismo que la pena le ha abierto, lo mide y a menudo lo llena con sus deseos y sus lágrimas. Eso le pasaba a Eugenie. Empezaba a conocer su destino. Sentir, amar, sufrir y sacrificarse será siempre la historia de la vida de las mujeres. Eugenie debía ser mujer ante todo, menos en aquello que les sirve de consuelo. Su felicidad, amasada como los clavos esparcidos por la muralla, según la sublime expresión de Bossuet, no llenaría ni un solo día el hueco de la mano.
Las penas no hacen nunca esperar, y para ella llegaron pronto. Al día siguiente de la marcha de Charles, la casa Grandet recobró su fisonomía habitual para todo el mundo excepto para Eugenie, que la encontró de repente vacía. Sin que su padre se enterase, quiso ella que el cuarto de Charles permaneciese en el mismo estado en que él lo había dejado. La señora Grandet y Nanon fueron cómplices voluntarias de aquel statu quo
-¿Quién sabe si volverá antes de lo que pesamos?
-dijo la joven.
-¡Ah, quisiera verle aquí siempre! -respondió Nanon-. Ya me había acostumbrado a él. Era tan cariñoso, un perfecto caballero, guapo y delicado como una niña.
Eugenie miró a Nanon.
-Virgen santa, señorita, tiene usted unos ojos que son la perdición de su alma. No mire usted a la gente así.
Desde aquel día, la belleza de la señorita Grandet tomó un nuevo aspecto. Los graves pensamientos de amor que habían invadido lentamente su alma, la dignidad de la mujer amada, confirieron a sus rasgos esa especie de brillo que los pintores representan con una aureola. Antes de la llegada de su primo, Eugenie podía ser comparada a la Virgen madre: había concebido el amor. Estas dos Marías, tan diferentes y tan bien representadas por algunos pintores españoles, constituyen una de las figuras más brillantes del Cristianismo.
Las penas no hacen nunca esperar, y para ella llegaron pronto. Al día siguiente de la marcha de Charles, la casa Grandet recobró su fisonomía habitual para todo el mundo excepto para Eugenie, que la encontró de repente vacía. Sin que su padre se enterase, quiso ella que el cuarto de Charles permaneciese en el mismo estado en que él lo había dejado. La señora Grandet y Nanon fueron cómplices voluntarias de aquel statu quo
-¿Quién sabe si volverá antes de lo que pesamos?
-dijo la joven.
-¡Ah, quisiera verle aquí siempre! -respondió Nanon-. Ya me había acostumbrado a él. Era tan cariñoso, un perfecto caballero, guapo y delicado como una niña.
Eugenie miró a Nanon.
-Virgen santa, señorita, tiene usted unos ojos que son la perdición de su alma. No mire usted a la gente así.
Desde aquel día, la belleza de la señorita Grandet tomó un nuevo aspecto. Los graves pensamientos de amor que habían invadido lentamente su alma, la dignidad de la mujer amada, confirieron a sus rasgos esa especie de brillo que los pintores representan con una aureola. Antes de la llegada de su primo, Eugenie podía ser comparada a la Virgen madre: había concebido el amor. Estas dos Marías, tan diferentes y tan bien representadas por algunos pintores españoles, constituyen una de las figuras más brillantes del Cristianismo.
