Sin embargo, hay un punto en que los tradicionales podrían tener una parte de razón, el mismo al que aludía al principio de este artículo. El erotismo, al invadir la calle, invade también mi vida privada, porque la calle es mi casa, el lugar habitual por donde paso todos los días. Se me prohibe formar mi moralidad en los demás, pero ellos fuerzan su inmoralidad en mí o en mi familia porque es físicamente imposible ir por una acera sin que los ojos se detengan en la portada de una revista que me repugna. A la libertad de los demás de ver opongo mi libertad de no ver. El alegato me parece muy digno de atención; creo que el remedio a esa situación conflictiva está, asombrosamente, en el Uruguay de hoy. Una dictadura militar de signo derechista que no consigue olvidarse de unos...