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LOS MISERABLES

created Feb 22nd 2015, 15:15 by MAITE


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El convento como idea abstracta
Este libro es un drama cuyo primer personaje es el infinito.
El hombre es el segundo.
En este supuesto, habiendo encontrado un convento en nuestro camino, hemos debido penetrar en él. ¿Por qué? Porque el convento, tan propio del oriente como del occidente, de la antigüedad como de la época moderna, del paganismo, del budismo del mahometismo como del cristianismo, es uno de los aparatos de óptica que el hombre dirige al infinito.
No es éste el lugar oportuno para desarrollar extensamente ciertas ideas; sin embargo, aun conservando nuestra reserva, nuestras restricciones, y hasta nuestra indignación, diremos, porque debemos decirlo, que siempre que encontramos en el hombre el infinito, bien o mal comprendido, nos sentimos poseídos del respeto. Hay en la sinagoga y en la mezquita, en la pagoda y el wigwam, un lado horrible que execramos y un lado sublime que adoramos. ¡Qué contemplación para el espíritu! ¡Que meditación sin fin! El reflejo de Dios sobre la pared humana.
 
El convento como hecho histórico
Bajo el punto de vista de la historia, de la razón y de la verdad, el monaquismo está condenado.
Los monasterios, cuando abundan en una nación, son trabas para la circulación, obstáculos, centros de pereza allí donde debería haber puestos de trabajo. Las comunidades monásticas son a la gran comunidad social lo que el muérdago a la encina, lo que la verruga al cuerpo humano. Su prosperidad y su apogeo significan el empobrecimiento del país. El régimen monástico, bueno en los principios de la civilización, útil en la obra de denominación de la brutalidad por medio de lo espiritual, es malo para la virilidad de los pueblos. Además, cuando se gasta y entra en el período de desarreglo, como que continúa dando el ejemplo, es malo por las mismas razones que le hacen saludable en su período de pureza.
Los claustros han concluido su misión. Útiles para la primera educación de la civilización moderna, han sido un obstáculo para su crecimiento, y son perjudiciales para su desarrollo. Como institución, como modo de formación para el hombre, los monasterios, buenos en el siglo X, de discutible utilidad en el XV, son detestables en el XIX. La lepra monacal, ha carcomido, casi hasta el esqueleto, a dos grandes naciones, Italia y España, luz una esplendor la otra de Europa durante siglos, y en la época que nos hallamos estos dos ilustres pueblos empiezan a curarse, gracias sólo a la sana y vigorosa higiene de 1789.
El convento, especialmente el antiguo convento de monjas, como existía aún a principios de siglo en Italia, en Austria y en España, es una de las más sombrías realizaciones de la Edad Media. El claustro, ese claustro, es el punto de intersección de los terrores. El claustro católico propiamente dicho está lleno del sombrío esplendor de la muerte.
El convento español es más fúnebre que todos los demás. Allí se elevan en la oscuridad, bajo bóvedas llenas de bruma, bajo cúpulas vagas a fuerza de sombra, macizos altares babélicos, altos como catedrales; allí penden, de cadenas en medio de las tinieblas, inmensos crucifijos blancos; allí se destacan desnudos sobre el ébano grandes Cristos de marfil, sangrientos más que ensangrentados, sombríos y magníficos, con los codos mostrando los huesos y las rótulas mostrando los argumentos; la carne por las llagas, coronados de espinas de plata, clavos con clavos de oro, con gotas de sangre de rubíes en la frente y la´grimas de diamantes en los ojos. Los diamantes y los rubíes parecen mojados, y hacen llorar, bajo, en la sombra, a seres cubiertos con un velo, que tienen el cuerpo martirizado por el cilicio y por la disciplina de alambre, el pecho desollado por los zarzos y las rodillas desolladas por la oración; a mujeres que se creen esposas, a espectros     que se creen serafines. ¿Piensan acaso estas mujeres? No. ¿Quieren? No. ¿Aman? No ¿Viven? No. Sus nervios se han convertido en piedras. Su velo está tejido de la noche. Su aliento, bajo el velo, parece una trágica respiración de la muerte. La abadesa, una larba, las santifica y aterroriza. La inmaculada está allí, salvaje.  
Tales son los viejos monasterios de España. Guaridas de la devoción terrible, antros de vírgenes, lugares feroces.
La España católica era más romana que la misma Roma. El convento español era el convento católico por excelencia. El arzobispo, kislar- aga el cielo, encerraba y espiaba este serrallo de almas destinado a Dios. La monja era la odalisca, el sacerdote era el eunuco.  
Las fervientes eran escogidas en sueños, y poseían a Cristo. Por la noche el hermoso joven desnudo bajaba de la cruz y se convertía en el éxtasis de la celda. Elevadas murallas guardaban de toda distracción viviente a la sultana mística que tenía el crucifijo por sultán. Una mirada al exterior era una infidelidad. El in-pace reemplazaba al saco de cuero. Lo que en oriente arrojaban al mar en occidente lo arrojaban a la tierra. En los dos lados, las mujeres se retorcían los brazos; las olas para unas,la fosa para las otras; aquí las ahogadas, ahí las enterradas. Paralelismo monstruoso.

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